Periódicamente, aunque con no demasiada frecuencia, las informaciones suelen dar cuenta de descubrimientos que evidencian avances en la lucha de la humanidad contra algunas de las enfermedades que soporta desde hace milenios. Lenta pero firmemente el ser humano ha vencido a una cantidad de males terribles, que lo castigaban desde siempre bajo formas epidémicas o padecimientos muy difíciles de erradicar.
Por lo indudable de esa circunstancia resulta sorprendente la escasa trascendencia periodística que se le dio a un descubrimiento anunciado hace pocos días.
Un consorcio de laboratorios públicos y privados de Argentina y de Cuba acaba de presentar el primer medicamento innovador que se da a conocer para el cáncer de pulmón aparecido en la última década: una vacuna terapéutica que, estrictamente hablando, no previene el tumor, pero promueve su destrucción por el sistema inmune del propio organismo. Para valorar el descubrimiento basta recordar que, según datos oficiales, esa afección ocupa el cuarto lugar por su incidencia, después de los cánceres de mama, próstata y colon, pero es la que más muertes anuales produce, especialmente por su relación directa con los fumadores de tabaco.
La investigación que epilogó en este hallazgo ha durado casi dos décadas y desarrolló la nueva vacuna a partir de una colaboración con el Instituto de Inmunología Molecular de La Habana, Cuba. Allá y aquí, casi un centenar de científicos pertenecientes a las universidades de Quilmes y Buenos Aires, el Instituto Roffo, el hospital Garrahan y el Conicet, trabajaron en la identificación de un antígeno (una sustancia que promueve la formación de anticuerpos, porque el sistema inmune la reconoce como una amenaza) que sólo expresan las células tumorales, pero no las sanas, y en el desarrollo de un anticuerpo monoclonal que, al inducir al cuerpo a reaccionar contra ese antígeno, ataca al tumor y sus metástasis, pero no al tejido normal.
El fármaco se aplica bajo la forma de inyecciones y no ha demostrado causar efectos adversos de importancia, más allá de molestias similares a cuadros gripales.
El hallazgo abre las puertas a una nueva forma de tratamiento a una forma de cáncer que, al margen de su gravedad, no es de detección precoz, y que hasta ahora solamente se podía atacar con radio y quimioterapia. Las pruebas estadísticas con test que son determinantes para comprobar la eficacia de los remedios, han sido exitosas, especialmente en lo que hace al aumento del número de pacientes en los que el fármaco prolonga la sobrevida.
Este descubrimiento es digno de destacar en su importancia tanto por lo que representa para una de las afecciones más difundidas como por la singular colaboración internacional para alcanzarlo, demostrativa de que los objetivos se hacen más accesibles cuando la investigación no está motorizada únicamente por la idea de la ganancia. Esto último adquiere gran relevancia si se tienen en cuenta los intereses que por lo general sitian la medicina de investigación, con el posterior comercio de patentes, que en nuestras sociedades mercantilistas se ha trasformado en uno de los negocios más redituables, pero también más inmorales.
Fuente: http://www.laarena.com.ar/