En la Argentina, la lepra no es una enfermedad del pasado

Buenos Aires se ubica tercera en número de casos. Especialistas apuntan a derribar ideas erróneas para facilitar el diagnóstico y combatir los prejuicios. 

Muchos la creen una enfermedad del pasado, reservada a libros y películas que hablan de historias y personajes de antaño. Error: la lepra es una realidad en la Argentina, y sobre todo en Buenos Aires, la tercera provincia en número de casos. Lo que tampoco erradicó el paso del tiempo es la estigmatización de los pacientes, quienes en ocasiones son discriminados en sus trabajos y hasta por sus propias familias por el temor –infundado- al contagio.

Para derribar los mitos e ideas erróneas que se han ido construyendo alrededor de esta enfermedad milenaria y alertar a la población sobre los beneficios del diagnóstico temprano, la Sociedad Argentina de Dermatología (SAD) lleva a cabo desde el lunes y hasta el viernes la XIII Campaña de educación y prevención de la lepra.

Según las últimas estadísticas, dadas a conocer en abril, en el país hay 736 casos bajo tratamiento, de los cuales 354 se registraron en 2011. La provincia con más pacientes es Formosa (142), seguida por Chaco (130) y Buenos Aires (100). Y pese a que en el último año no se denunciaron casos en Río Negro, Tierra del Fuego, Chubut, San Luis, La Pampa, Catamarca y la Rioja, los especialistas estiman que tres de cada 10 pacientes no saben que lo están, por lo que si se calcula la tasa oculta, el número de infectados se elevaría al millar.

Jorge Tiscornia, médico dermatólogo del hospital Ramos Mejía y coordinador de la campaña, advierte sobre la necesidad de estar atento a posibles síntomas como manchas y cambios de color en la piel, pérdida de sensibilidad, del vello y/o transpiración, o adormecimiento de las zonas afectadas. El problema es que como es una “enfermedad que no duele”, muchos pacientes “no consultan hasta que no tienen alguna complicación y así la enfermedad va avanzando”.

En otros casos la dilación en el diagnóstico responde a que “hay médicos que no saben que la lepra aún existe”, acota Cecilia Medina, dermatóloga del hospital Sommer, de la localidad bonaerense de General Rodríguez.

También “puede influir que el paciente presuma que puede tener lepra y tenga temor a ser discriminado”, agrega Tiscornia, que en sus 30 años trabajando para combatir la enfermedad ha acumulado varios ejemplos de cómo la estigmatización hace mella en la vida social del paciente, generándole una gran angustia y vergüenza. “Un abuelo sufría porque el pediatra de su nieto había dicho que no convenía que alzara al bebé. Y un hombre abandonó a su mujer y a sus hijos cuando se enteró que ella estaba infectada”.

Por eso, uno de los objetivos centrales de la campaña “es luchar contra el prejuicio, porque hoy la lepra es una enfermedad totalmente curable. Disponemos de antibióticos que en poquito tiempo la curan y uno no debería tener ningún tipo de temor de estar cerca de un paciente de lepra, tomar un mate con él, o si uno tiene un bebé permitirle que lo alce. Para contagiarse hay que estar muchos años conviviendo con un enfermo y eso tampoco es garantía de contagio, ya que la mayor parte de la población tiene una inmunidad natural frente a la bacteria que la causa”. Lo importante, resalta, es la detección temprana, para evitar que queden secuelas que afecten al nervio periférico, a órganos internos, o hasta la vista.

En los 13 años que lleva la campaña ha disminuido la prevalencia de pacientes, pero la tasa de diagnóstico se mantiene constante, “por lo que la cadena epidemiológica no se ha cortado”, analiza Tiscornia. María Molinari, coordinadora de la iniciativa en Chaco, considera que se debe a que “en general la población no es receptiva porque hay una especie de negación que hace no pensar que esa enfermedad existe”.

“Uno tiene fuentes en la literatura, en el cine, en la Biblia del temor a la lepra y nosotros luchamos contra esos prejuicios. Nuestro objetivo es que el paciente con lepra pueda contarlo con la misma soltura que el que tiene hepatitis”, se esperanza Tiscornia.

El Ancasti