Durante décadas

Durante décadas (al menos desde que las especialidades medicinales comenzaron a enseñorearse de nuestros mostradores, relegando la preparación magistral u oficinal a un plano –digamos- secundario) una pregunta ha atravesado todos los ámbitos de la comunidad farmacéutica: es “la Farmacia” un comercio o una actividad profesional?

Por el Farm. Huber Balzola*

Ciertamente, esta “pregunta” no arrojará, al momento de ser respondida, ninguna duda en la mente del colega.

La Farmacia es, a todas luces, una actividad profesional ejercida día a día, farmacéutico a farmacéutico, en todos los lugares donde cada uno de nosotros desarrollamos nuestros quehaceres (la industria, la distribución, la dispensación, etc.). Efectivamente, está claro para cualquier persona que conoce las complejísimas incumbencias de nuestra profesión, que referirse a la misma como una simple actividad comercial es, cuanto menos, inexacto.

Ahora bien. La respuesta dada en el párrafo anterior a la “incógnita” originalmente planteada no suele ser tan rotunda cuando quienes deben evacuarla están más alejados del mundo farmacéutico (será tema de otra charla el analizar cómo la sociedad posiciona al farmacéutico y por qué).

De todos los ámbitos del ejercicio profesional, aquel en el que más se solapan los conceptos “farmacéutico: profesional universitario” y “farmacéutico: comerciante” es el de la Oficina Farmacéutica Privada. Esto no supone que nos corramos aquí un ápice de nuestra –correctísima- postura: la Farmacia (en tanto Oficina Farmacéutica… en tanto local, si así lo prefiere el lector) es el lugar físico donde este profesional universitario con conocimientos singulares conocido como farmacéutico ejerce su actividad de asistencia y resguardo de la salud de la población.

De hecho, antaño, cuando la actividad casi exclusiva que se realizaba en la Farmacia era la elaboración de preparados magistrales u oficinales, solía hacerse la diferenciación entre “Farmacia” (en tanto profesión) y “Botica” (en tanto lugar donde el farmacéutico ejercía su profesión).

Cabe a estas alturas que nos planteemos por qué si la pregunta original posee una respuesta tan clara, existe aún la dicotomía comercio-profesión. A mi entender la cuestión es técnica: la mayoría de las intervenciones que el farmacéutico realiza frente a sus pacientes culmina con una “venta”, con una “transacción comercial” (yo le doy una cajita y el paciente me da dinero).

No salte de su asiento, querido lector, ya se que describir el acto de la dispensación como la entrega de una cajita a cambio de dinero es poco menos que un insulto.

Usted y yo sabemos que el proceso de la atención al paciente implica una sumatoria de circunstancias que van mas allá de la venta de una cajita. Para empezar esa “cajita” encierra un principio activo con una dosis y una forma farmacéutica dadas, a través de cuya correcta administración el paciente podrá recuperar, preservar o mejorar su salud.

Esas “cajitas”, bien usadas, han sido entre otros factores las que han permitido prolongar la vida del género humano hasta los límites actuales (en otras épocas, un cincuentón era considerado un longevo, como usted sabrá). Y aquí está la clave: las “cajitas” deben ser BIEN USADAS. Es el farmacéutico, con su trabajo en el mostrador, quien adiestrará al paciente (más allá del siempre valioso y previo asesoramiento médico) en cómo debe usar esa “cajita” para que su contenido lo beneficie (si se toma en ayunas, si implica algún tipo de contraindicación con respecto a otras “cajitas” que esté usando, etc). Por eso hablamos de DISPENSACIÓN y no de venta.

Pero -he aquí el punto en el que nace la confusión- todo ese esfuerzo que el farmacéutico pone en cada dispensación permanece silencioso, oculto tras la maniobra mucho más visible de “bajar una caja de la estantería y cobrarla”, que es lo único que, equivocadamente, el ojo del observador poco adiestrado percibe. Usted me dirá que no siempre es así, que muchos de sus pacientes, sobretodo aquellos que llevan años acudiendo a sus servicios, aquellos que lo tiene a usted como un punto de referencia insoslayable al momento de cuidar su salud… aquellos que incluso lo consultan por asuntos familiares y personales porque confían en su criterio (esto último porque usted les ha dado sobradas muestras de ser una persona proba, criteriosa, poseedora de una opinión valiosa).

Y ante su justificada objeción, yo le diré que tiene razón; no sólo porque usted me lo dice, sino porque yo mismo lo he comprobado a través de mi experiencia: la presencia del profesional en el mostrador genera un valor agregado, un sello distintivo que, tarde o temprano es reconocido por la sociedad que frecuenta dicho mostrador.

Pero (siempre hay un “pero”, verdad?), por muchos esfuerzos que el farmacéutico de oficina realice cotidianamente, en tanto no exista un modelo que ligue el Honorario Farmacéutico al asesoramiento que al paciente se le de al momento de la Dispensación (sin importar el valor monetario de la “cajita” que tal dispensación involucre), nuestra sustentación seguirá vinculada a la diferencia entre el precio de compra y el precio de venta de cada cajita.

Alguien dijo alguna vez: “El dinero es como el respirar; no nacimos exclusivamente para respirar, pero si no respiramos nos morimos”. Dicho de otra manera: el dinero con el que el farmacéutico se sostiene a si mismo y a su familia cuando su lugar de trabajo es la Oficina Farmacéutica Privada es el que surge de la diferencia entre a cuánto compró la “cajita” y a cuánto vendió esa misma “cajita”… lo cual imprime necesariamente una faceta comercial al devenir de la profesión.

Es decir que podría visualizarse a la “Farmacia” (fundamentalmente a la Farmacia Oficinal Privada) como una actividad profesional de alto valor y responsabilidad social en la que el farmacéutico se desempeña poniendo sobre el mostrador no sólo una “cajita” sino además todos sus conocimientos, esfuerzo –y hasta su reputación-, a favor de la salud no sólo de ese paciente en particular sino, por extensión, de toda la población… y dicho desempeño puede o no (generalmente lo hace) ir acompañado de una transacción comercial. En tanto esta transacción comercial pueda ser vista como uno de los varios componentes que integran la dispensación, y no como un componente insoslayable de ésta, tal situación no produciría un divorcio entre Farmacia (Botica) y profesión farmacéutica.

Si tras estas consideraciones alguien pudiera aun tener alguna duda al momento de diferenciar a la actividad farmacéutica de una actividad netamente comercial, piense al menos que la “actividad comercial” que en una Farmacia se realiza está necesariamente sujeta a férreas condiciones que restringen los grados de movilidad de la misma (llegando casi al empotramiento).

Condiciones éstas que hacen a normas jurídicas y legales, tales como las normas éticas –las cuales pueden no ser jurídicas pero si son legales y de cumplimiento obligatorio por el colectivo farmacéutico-.

Es que el posicionamiento de esta “mercadería” llamada medicamento como un bien social, y de este “comercio” llamado Farmacia como una extensión del servicio de salud hace que comportamientos perfectamente legítimos en actividades netamente comerciales (digamos, una ferretería por ejemplo) no sólo sean reprobables en el “comercio de la Farmacia”, sino que inclusive rocen lo delictivo.

En definitiva, lector de estas líneas, aún cuando usted pueda tras leer esto conservar cierta dificultad al momento de diferenciar la actividad farmacéutica de las actividades puramente comerciales, aférrese al menos a este concepto: los límites entre los cuales podemos movernos al momento de “vender medicamentos” están muy acotados, y la delicadeza de la “mercadería” con la que se trabaja es tal que no admite medios “creativos” tendientes a imponer los “productos” en función de la conveniencia puramente económica.

Todo lo anterior no supone una exposición tendiente a injuriar a todas aquellas personas que dentro de los límites de nuestra provincia, de nuestro país… y en el mundo todo, ejercen muy dignamente actividades comerciales (vaya desde aquí un saludo para todos los ferreteros, panaderos, libreros y comerciantes en general).

Simplemente pretendemos dejar en claro que la Farmacia no es un comercio, aunque las características de la actividad, tal como está hoy en día planteada, hacen que presente ribetes que muchas veces nos acercan –a veces peligrosamente- a la actividad comercial. Está en nosotros, en cada uno de nosotros y en el colectivo farmacéutico, trabajar para que los límites no sean transgredidos y que la figura del farmacéutico no se desdibuje, pudiendo mantener (o recuperar?) la posición de prestigio que una profesión tan cara al bien social y que exige un altísimo grado de responsabilidad merece.

Ah, me olvidaba, ya se que referirse a su majestad el medicamento como una “cajita” merecería de su parte la más firme censura. Confío le quede claro que lo que se pretendió con tan falaz denominación fue exagerar un planteamiento que permitiese poner blanco sobre negro el tema de discusión.

* El Farm. Huber Balzola es inspector del CFPBA y desde hace meses recorre las farmacias bonaerenses en las nuevas inspecciones educativas.